EL VERANO DE LOS GATOS (Cuento)
La gata negra vino de la calle, silvestre, desconfiada, precavida. Se asoma, mira de lejos, se esconde, desconfía, quizás por haber sufrido al hombre. Sale de noche, la veo, huye, pero tiene hambre y lo pide. Lo capto, voy hacia ella con un pedazo de jamón. Se esconde, lo dejo en el suelo y vuelve a por él, cuando me alejo. Un recipiente con agua y más jamón, se acerca poco a poco, hasta que se deja tocar. Ronronea a mi alrededor, la dejo más comida, se enreda entre mis piernas, ronronea, pide más. Pide caricias ya, necesita contacto, quiere un poco de cariño y más comida. Está delgada, pero con un abultado vientre. Alguien lo dice: está preñada. Come, ronronea, pide cariño. Pasan días, se esconde en el sótano y de su cuerpo salen cuatro pequeños gatitos, tres negros y uno blanco. Juguetes con vida, una caja con trapos, agua, más comida para la madre. Juega con ellos y van despertando, saltan, ríen, se mueven y se esconden. Hay que buscarles casas, un hogar para cada uno. Se los quitamos, un día desaparecen, los separamos, y la madre se queda sola. También nosotros nos vamos y ella llama a la puerta, como cada día, pero no hay respuesta. Se acabó el verano.