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El burladero

EL MENDIGO DEL MERCADONA

3 Septiembre 2019 , Escrito por lacosanostra

Resultado de imagen de fotos de mendigos pidiendo limosna

Es sábado de puente a mediados de agosto y el mendigo del Mercadona está ya en su puesto de trabajo a las diez de la mañana. Sabe que hoy será un mal día porque en Madrid no quedan ni los gatos por estas fechas, pero él no tiene vacaciones y cumple a rajatabla con su horario laboral. Es un hombre que no llamaría tu atención si te cruzaras con él por la calle o el parque. Algo regordete, con barba tupida, gorra y camisa a cuadros, rondando los sesenta. Su rostro es cordial y su actitud afable, pero no servicial ni melindrosa. Lleva un cartel en la mano en el que explica las circunstancias que le han llevado al estado en que se encuentra, haciéndole depender de la generosidad de su clientela, a la que, tras varios años en el puesto, conoce sobradamente. Con algunos intercambia algunas palabras de vez en cuando. No sabemos si duerme en la calle, en un albergue o si tiene casa y familia que le espera al acabar su jornada. Una mala racha, la crisis o la imposibilidad de encontrar trabajo le obligaron a lanzarse a la calle, como le ha pasado a otros muchos compañeros de infortunio. El número de mendigos y de gente sin techo es el termómetro que refleja la temperatura económica de un país, y en el nuestro está subiendo de manera alarmante. Aunque por estas tierras estamos habituados a convivir con mendigos y pobres como parte del paisaje urbano, así como de nuestra historia y literatura. Buscones, pícaros, rateros, son parientes cercanos de una misma familia de desheredados de la fortuna que han llenado páginas de novelas, cuentos y trovas. En un pueblo de Toledo a finales del XVIII de un total de dos mil quinientos habitantes, aparecían censados cien pobres de solemnidad. Antiguamente los pobres se ubicaban en las puertas de las iglesias, basílicas y catedrales, frecuentadas a diario por beatas, cuya caridad se ponía a prueba según lo abultado del óbolo que depositaban en las agrietadas y huesudas manos de los mendigos. Actualmente las iglesias no son tan visitadas y los pobres tienen que ganarse su puesto en los supermercados y comercios de mayor concurrencia, como le pasa a nuestro pobre del Mercadona. La gente limpia su conciencia con la monedilla que le deja a la salida, arrastrando un carrito repleto de compras. Verle a diario en la puerta nos sirve de consuelo, pues sabemos que, aunque nos vayan muy mal las cosas, siempre hay alguien al que le van peor. Nuestro mendigo no ha recaudado hoy ni para el metro, pero el lunes volverá a la misma hora, pues gracias a su férrea disciplina consigue al menos recuperar una dignidad tantas veces pisoteada.

Carlos Leopoldo García Álvarez

 

 

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