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El burladero

LAS COLAS DEL HAMBRE

12 Diciembre 2020 , Escrito por lacosanostra

Se ha levantado temprano, muy temprano, cuando aun no se han apagado las luces negras de la noche. Con la capucha del anorak y la mascarilla casi no se le ve la cara, pero ha metido también en el bolso sus gafas de sol. Veinte minutos de amargo paseo para colocarse, por primera vez, en la cola del silencio y la vergüenza, una procesión lenta con penitentes ocultos tras sus máscaras de penuria. Se pone las gafas de sol, aunque aún no ha salido, para ocultar los lagrimones que corren por las mejillas, ríos de rabia e impotencia, manantiales salados que abrasan como ascuas. Hace tan solo un año estaban decidiendo los regalos de reyes para sus hijos. A Marcos le traerían la bicicleta soñada, una que le permitiera correr por el parque desplegando sus ocho años recién estrenados. Para Laura estaban buscando un móvil inteligente, aunque les causaba cierta inquietud el uso excesivo y la dependencia absoluta que observaban en los jóvenes de su edad. La adolescencia se asomaba por las rendijas de su impaciente e inquisidora mirada. Pero era Navidad y se podían permitir algunos excesos. Su restaurante marchaba bien, tenían reservas para todo diciembre y el año había sido bueno. Casi cuarenta comidas diarias que ella preparaba con mimo, seleccionando bien los menús para no repetirse demasiado, buscando en el mercado los productos frescos de temporada que aseguraban el éxito de su cocina. Marcos, su marido, coleccionaba horas detrás de la barra como cuentas repetidas de un rosario, doce, catorce a veces. Contaban también con la ayuda de Damián, un camarero profesional y cercano que atendía las mesas con pericia y familiaridad. Se quejaban de un trabajo que les ataba con grilletes de esclavo, sin dejarles disfrutar el sol de primavera, pero que les permitía vivir con un horizonte despejado. En su camino de inercia y rutina se cruzó un malhadado día el bicho, como ellos le llaman. Un virus demoledor de miseria y destrucción que barrió sus sueños para sumirles en un abismo de negrura, niebla y dolor. Tres meses de cierre forzoso se fueron comiendo las reservas, dejaron partir a Damián con su maleta de incertidumbre, y los días eran paladas de tierra que enterraban cada vez más hondas sus ilusiones. Cambiaron a un colegio público a los chicos, donde podían comer una vez al día, mientras ellos rebañaban los ahorros cerrando con el candado de la resignación la puerta de la esperanza. No había para el alquiler, ni para el agua, ni siquiera para la luz, aunque les prometieron no cortarles ese suministro que aun les permitía aferrarse a un ápice de dignidad. Las deudas eran la soga que ceñía el cuello de su futuro, un pozo de vacío en el que no existía el cielo. La cola avanzaba lentamente, sin palabras, sin miradas. Un nudo de amargura en las entrañas al pasar junto a las luces navideñas, junto a las otras colas, las de las tiendas de moda, las de los supermercados, las de los escaparates de cestas repletas de turrones, champán, jamones, pavos, sueños cuajados de bolas que cuelgan de un árbol de luz, un árbol que ellos solo pueden transitar por su cara oculta, pasear por su sombra; un horizonte de nochesbuenas sin luces ni estrellas, sin regalos ni villancicos, Navidad atea y republicana en la que Herodes ha sacado su espada y los Reyes no encontraron su estrella, una noche sin luna en la que Marcos y Tere se toparon con la mirada vidriada y fría de sus hijos clavándose en sus pupilas.

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