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El burladero

CRÓNICAS MARCIANAS (¡Hala Madrid!)

17 Febrero 2012 , Escrito por lacosanostra


Una nave procedente del planeta xop3@Z, situada en una lejana constelación más allá de la vía Láctea, se dirige al planeta Tierra.

Sus ocupantes, cuya fisonomía no se diferencia gran cosa de la humana salvo por el mayor tamaño de su hueso occipital y unos dedos más cortos y regordetes, comandados por el capitán UrtaPç#, han estudiado bien las costumbres y lenguas de la raza humana gracias a las ondas hertzianas emitidas desde aquel planeta, el único con vida inteligente de toda galaxia. Su misión es la de observar de cerca algunos comportamientos extraños que no terminan de descifrar, vistos desde la perspectiva y lógica de su lejano planeta.

La nave se fue acercando, en la oscuridad de aquella noche sin luna, hasta un punto concreto, elegido entre los millones de puntos luminosos que se apreciaban en las zonas secas de su geografía. Se trataba, según sus meticulosos y exactos cálculos, de la ciudad que denominaban Madrid, localizada en el centro de un estado llamado España o Spain, en el extremo sur de un conjunto de estados englobados bajo la designación genérica de Europa.

El resplandor que emanaba de aquel lugar destacaba sobre todos los de su entorno. La nave se fue aproximando hasta descubrir su objetivo. Se trataba de un edificio de forma ovoide, sin cubierta protectora superior y muy iluminado. En su interior se agolpaban, en gradas concéntricas, una enorme cantidad de humanos alrededor de una zona central extensa, alfombrada por un manto vegetal del color denominado verde en su lengua. En aquella superficie se movían, de forma extraña, unos personajes ataviados de idéntica manera, aunque divididos en dos grupos diferenciados por el color de sus atuendos, muy ligeros para la temperatura que habían calculado con sus sofisticados aparatos de precisión.

Contemplaban los insólitos desplazamientos de aquellos terrícolas desde una altura superior a veinte mil pies, gracias a sus telescopios extraordinariamente eficaces, sin lograr descifrar el verdadero sentido de aquel espectáculo que atraía a tan descomunal aglomeración humana. Trataban de analizar el acontecimiento a la vez que lo iban transmitiendo a la base central de su planeta.

De repente un sesudo científico descubrió que aquellas figuras móviles perseguían una especie de objeto esférico ligero, que rebotaba continuamente deslizándose por la alfombra verde. Era desplazado de un lado a otro gracias a la fuerza impulsora de sus extremidades inferiores y, en ocasiones, era lanzado también por sus cabezas para hacerlo llegar a cualquiera de los humanos que compartían la misma indumentaria. Los que vestías con un color diferente trataban de interferir esta acción con el objetivo de arrebatarles la esfera. Pero nadie de la tripulación conseguía entender la razón por la que no atrapaban aquel objeto con sus manos, más adaptadas para transportarlo y retenerlo.

La enorme concentración de humanos se expresaban continuamente emitiendo grandes alaridos, sonidos indescifrables recogidos con sus megamagnetófonos, láseres y ultraordenadores, capaces de realizar traducciones simultáneas a su idioma. Al cabo de un tramo temporal escucharon un alarmante rugido que emitieron al unísono todas sus gargantas, reparando que también uno de los dos bandos de la alfombra verde emitía el mismo sonido a la vez que saltaban y corrían como dementes mientras se apiñaban rodeándose con sus brazos, dando señales que los visitantes planetarios interpretaron como de inmensa alegría y satisfacción.

Alguien se percató de que todo ello se había producido a raíz de que el objeto esférico había sido introducido en una especie de arco formado por tres palos y cerrado, en la zona posterior, con una red para que no pudiera escapar el disputado cuerpo redondo. Todo aquello debía tener una clave oculta que, a pesar de haber introducido todos los datos en sus potentes ordenadores, no acababan de comprender.

Decidieron entonces enviar a uno de los tenientes más inteligentes, el Cr7€XP, a la Tierra para que conviviera durante algún tiempo con los humanos en la ciudad de Madrid.

Al cabo de dos lunas y media abdujeron al teniente de regreso a la nave. Volvió con una nueva indumentaria, una camiseta blanca, un largo paño alrededor del cuello, del mismo color y un objeto que emitía sonidos estridentes, casi ensordecedores para los delicados oídos de sus congéneres.

Emitía monótonamente un grito indescifrable: ¡Hala Madrid! ¡Hala Madrid! Por lo que dedujeron que se debía tratar de algún tipo de efecto provocado por una poderosísima arma capaz de trastornar el brillante cerebro del teniente de manera irreversible. Tomaron la decisión de huir inmediatamente de aquel terrible planeta que, a pesar de no ser detectada en sus análisis previos, disponían de una tecnología muy superior a la suya, con poder para transmutar el cerebro privilegiado de un científico en otro, dotándole de mayor capacidad de análisis y la energía precisa para elevar el grado de felicidad y bienestar de todo su cuerpo, gracias a la notable producción de endorfinas que genera.

Jamás volvieron a acercarse a la Tierra, pero el teniente no dejó de contemplar, desde su potente ordenador a esos humanos vestidos de blanco, mientras realiza continuos saltos emitiendo a la vez sonidos incomprensibles. Le dejaron como un caso perdido de demencia, sin lograr jamás que sus extraordinarios remedios médicos dieran resultado alguno, ni permutaran su estado de permanente felicidad.

 

 

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