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El burladero

MI AMIGO ADOLFO

6 Octubre 2011 , Escrito por lacosanostra

 

Mi querido amigo Adolfo. Hace unos días nos dijiste adiós para descansar, por fin, en paz. Aunque verdaderamente tu fecha de partida se remonta a casi cinco meses antes, allá por los primeros días de mayo, cuando un fatal accidente cerebro-vascular te dejó sin riego cerebral. Cuando llegaron los servicios de urgencia ya tu corazón se había parado y tus neuronas estaban desconectadas, pero un voluntario doctor, con su mejor intención, puso todo su empeño en devolverte la vida luchando durante más de media hora para poner de nuevo en marcha tu corazón; y finalmente lo consiguió, pero ya era tarde para volver a encender tu cerebro. Durante estos meses tu gran corazón siguió bombeando sangre a un cuerpo inmóvil y una cabeza apagada. La agonía se prolongó innecesariamente durante ciento cuarenta largos días con sus noches, compartida con tu madre, tus hijos y tus hermanos, hasta el extremo de rogar a Dios que te llevara cuanto antes.

Nadie duda, a estas alturas, de los beneficios que ha reportado a la humanidad las maniobras de resurrección cardio-pulmonares, ni mucho menos yo como médico, logrando salvar la vida a millones de personas en todo el mundo, pero, en ocasiones, sería conveniente preguntarnos si cuando se presenta de forma evidente un caso de muerte cerebral irreversible, es necesario insistir durante más de media hora en la reanimación para poner en marcha el corazón de nuevo. Debería existir un límite en estos casos cuando el doctor tenga la certeza de que no va a devolver la vida a esta persona, si no que conseguirá únicamente la prolongación de su agonía y la de todos los que le rodean.

Contigo compartí mis primeros años en Los Cerralbos persiguiendo lagartijas y ranas en los cañaverales del arroyo, montando en bici o trepando a los árboles en busca de nidos. La vida nos separó durante muchos años para volvernos a reunir de nuevo en este tranquilo pueblo, donde aún huele a leña en invierno y a parva, trillo y gazpacho en verano. Aquí me hubiera gustado compartir contigo la dorada jubilación que cerrase el círculo de nuestras vidas, con largos paseos por la chopera hasta La Simona, charlando en un banco de la plaza, degustando el sabroso conejo guisado con patatas de Isabel en casa de Miguel Mayo, o saboreando el magnífico cocido de Eugenia.

Si, como dijo el poeta, la patria del hombre está en su infancia, la mía está en Los Cerralbos, el pueblo donde la mitad sois García de la Torre y la otra mitad sus primos. Adiós, querido Alfredo. Con Miguel Hernández te digo: “Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo”.

Carlos Leopoldo García Álvarez

 

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