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El burladero

ESPAÑA INVERTEBRADA

21 Junio 2013 , Escrito por lacosanostra

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La identidad nacional es el eterno dilema que, a modo de globo aerostático, revolotea sobre la cabeza de cada español desde que Isabel y Fernando decidieron unir sus respectivos reinos, pero sin mezclarlos. El tuyo es el tuyo y el mío sigue siendo el mío. Desde entonces andamos preguntándonos, sin esperanza de obtener respuesta: ¿Cuántas Españas hay en realidad? Serán acaso las dos Españas clásicas machadianas que nos hielan el corazón o bien las diecisiete actuales debidamente compartimentadas y con una gruesa capa impermeable, las que conforman ese amasijo invertebrado que se conoce internacionalmente con el nombre de Spain.

Cómo es posible, piensan los que nos contemplan más allá de los Pirineos o del vasto océano, que los mismos que se han aprovechado de las estructuras y la economía del estado, nieguen o renieguen de pertenecer al mismo. A quien se le ocurrió la brillante idea de ceder algo tan imprescindible para una nación, como es la Educación, a quienes han hecho de la historia común una interpretación a la medida de sus intereses, o han limitado el estudio de la geografía nacional a la memorización del monte y del río que pasa junto al portal de sus casas.

Hemos pasado de dos a diecisiete Españas, reinos insolidarios, aldeas con boina en un mundo globalizado en el que cada vez se busca más la identidad nacional como símbolo distintivo.

Tan solo el deporte logra lo que los políticos han destrozado, vertebrar una única España en torno a una bandera y a un himno sin letra. Hemos conseguido, gracias a las gestas deportivas lo que era imaginable políticamente, sentir el orgullo de ser español. Cuando en Francia comprueban que su Tour ha sido ganado nueve veces por españoles desde el 91 y ninguno por un francés o que el emblemático Roland Garros lo han ganado doce veces los españoles en las ultimas veinte ediciones y ningún francés, no pueden reprimir un sentimiento de insana envidia, al no dejar de escuchar año tras año el himno sin letra de sus vecinos, en vez de su triunfal Marsellesa. En los circuitos internacionales del mundial de motociclismo los organizadores llevan prácticamente una sola bandera, roja y gualda, la que sube a lo más alto del mástil en casi todas las carreras de las tres categorías. También asoma con frecuencia en los podios de la Formula 1. Se pasea triunfal en los estadios de futbol, tras lograr nuestra selección dos copas europeas y el entorchado mundial, soñado por tantas generaciones de españoles acomplejados. Hay pocas competiciones deportivas en las que no aparezca nuestra bandera en lugar destacado, convirtiendo a nuestros deportistas en embajadores que proyectan una imagen ideal de su país, al que se contempla con admiración y con extrañeza al mismo tiempo.

Son ellos los que nos han hecho sentirnos durante breves instantes identificados con nuestros símbolos, es decir, vertebrados. Sueño efímero, pues lo que los deportistas unen ya se encargan los políticos de separarlo convenientemente, reivindicando la cuota nacionalista del ganador de turno.

No tenemos remedio. Hemos escrito la versión autonómica de los versos de Machado: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las diecisiete Españas ha de helarte el corazón”

 

 

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