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La ciclogénesis explosiva
Como un viajero puntual y venturero que aparece cada año o cada era glaciar, la ciclogénesis explosiva, plaga bíblica que anuncia tempestades hiperbáricas, inundaciones apocalípticas, vientos ciclónicos huracanados, llega esta temporada a las puertas de la madrileña calle Génova, donde los peperos se reúnen en cónclaves cerrados para tomar el té de las cinco, orar en los maitines y abrir las ventanas para aventar los olores conspirativos. Un azote despiadado hace temblar los cimientos forjados de hierro y piedra gallega que colocó el mismísimo Fraga, que hoy se revuelve en su tumba lanzando improperios y conxuros contra Barcenas, Gurteles y demás chamarileros, trileros y buhoneros que han infectado sus filas.
Pero esta ciclogénesis explosiva que hoy padecemos no es más que en mal endémico nacional que con regularidad y desusada exactitud nos visita para arrasar cosechas, aligerar nuestros bolsillos, desvalijar ahorros y levantar nuestras casas como un tornado choricero, un Tempranillo de atril y escaño que llena la alforja propia con el sudor y el trabajo ajeno.
Ya lo decían nuestros abuelos con la sabiduría de sus siglos: “El que parte y reparte se queda siempre con la mejor parte”. De un lado, de otro o del medio, preconstitucionales, monárquicos, absolutistas, republicanos, carlistas, demócratas con carnet y pedigrí de consenso transicional:”El que parte y reparte…
Esta tradición institucional de ladrones, cleptómanos, atracadores, fulleros, estafadores, petardistas, bandoleros, maleantes y manilargos (jugadores de baloncesto a los que les ha crecido en exceso la extremidad) viene de remotos tiempos, maldición pegada al poder como carne al hueso, del que es imposible despegarlo si no es con agua hirviendo. Reyes, generales, príncipes o validos llenaron sus arcas valiéndose de espada, leyes y guillotinas. El pan para mí y el yugo para ti, yo tengo las tijeras y la guillotina, el poder y la Hacienda. Yo hago las leyes y me quedo con tu casa. Yo y el banquero hacemos las leyes, si el banquero cae caemos todos, menos tú que ya no puedes caer más. Hay que rescatar al banquero. El banquero somos todos (los que mandamos, claro).
Una estela de Matesas nos precedieron en la España bajo palio del caudillo, generalísimo del cortijo nacional. Llegó la democracia con sus libertades, partidos y constituciones para devolver al pueblo azadón y pala, pero con voto. El paisaje parecía limpio como un cuadro de cielos velazqueños. Pero retornó de nuevo la Ciclogénesis explosiva con mi “henmano” el Guerra, Filesas, Malesas, Time-Expot, aceites de Colza, fondos reservados, los roldanes asaltadores de caminos, los Forum filatélicos, de las Rosas, Banestos de condes faltriqueros, Rumasas, Matas isleños, Eres, Bankias y tantos otros torbellinos, ciclones amantes de lo ajeno a los que siempre se rescata, a los que no se les quita lo trincado y acaban sus días en camastrones de seda con rosario de oro en la mano y limosna al pobre de la iglesia.
Hay que abrigarse bien este invierno, colmado de ciclogénesis explosivas, chorizos y bandoleros asaltamontes que te dejan helado, sin trabajo, pan ni hacienda; que te recortan las alas y el ánimo con guadaña certera y afilada.
Europa, la Merkel y su prima la del riesgo nos pide más privaciones, aunque el verdadero riesgo es el que corremos todos sin un buen abrigo, sin un paraguas redentor que nos salve del tornado inclemente, sin un cachito de rescate protector de autónomos y PIMES que echarnos a la boca, ahogados en un mar de parados, de desahucios, de chorizos en esta España de pandereta, duquesas de faralaes, princesas del pueblo analfabetas, cotilleos de portera y sesiones continuas de futbol, futbolistas y sabios televisivos del balompédico deporte, opiáceo, adormidera y analgésico nacional.
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